Copiado del Archivo Histórico Banco Santander :
El Banco Español de Crédito (II): de la fundación a la nacionalización (1902-1927)
La convivencia entre los intereses franceses y españoles, entre el Consejo de Administración y el Comité de París no fue siempre fácil, como se puso de manifiesto cuando surgió la necesidad de definir con precisión el carácter de la entidad y su política de inversiones: si se operaría bajo el molde de un banco de negocios, a imagen de su principal accionista francés y, por tanto, basado fundamentalmente en sus propios recursos; o si se decantaría por el modelo de banca mixta o universal que practicaba la mayoría de las entidades operantes en España. En la práctica, ello suponía una mayor disposición y organización para la captación de recursos ajenos, por lo que la creación de una amplia red de sucursales aparecía como una prioridad irrenunciable en este modelo de negocio. El debate sobre la política de creación de sucursales—y, por tanto, sobre el modelo de negocio bancario a desarrollar—enfrentó en el seno de Banesto a un grupo de accionistas españoles con los defensores de la tesis de Paribas, lo que motivó en 1906 la dimisión del presidente Cayetano Sánchez Bustillo, que sería sustituido por Manuel González-Longoria. El enfrentamiento se cerraba, pues, con una victoria provisional de la postura francesa. Hasta 1910, Banesto tan sólo crearía cinco sucursales (además de la de París, abierta desde la constitución del banco, se localizaban en La Carolina, Linares, Jaén y Almería, plazas todas ellas ligadas a la actividad de compañías mineras de capital francés), que se elevarían a ocho en 1916.
La coyuntura de la Primera Guerra Mundial se mostró especialmente propicia para los planes nacionalizadores de la alta dirección de Banesto. Naturalmente, la entidad española acudió en socorro de Francia durante los momentos más críticos de la Gran Guerra, comprando en París deuda pública, remesando crecidas cantidades en francos e incluso facilitando la compra de francos a cambio de oro cuando la cotización de la divisa francesa cayó lastrada por el esfuerzo bélico y una balanza comercial negativa. El episodio más simbólico llegaría a ser la custodia de los depósitos del Banco de Francia en la sucursal parisina de Banesto, al amparo del pabellón español que garantizaba la neutralidad. Pero ello no impidió que el consejo de administración del banco español insistiera en sus planes para alcanzar una mayor independencia en la gestión de la entidad y orientara decididamente sus recursos hacia la economía nacional. Cierto es que de la mano de Paribas, Banesto había participado desde 1902 en numerosas operaciones financieras en Europa (empréstitos a Bulgaria, Rumanía, Serbia, Rusia y los ferrocarriles suizos), América (con inversiones en México, Argentina, Panamá y Uruguay), África (empréstitos al Sultán de Marruecos e inversiones en el Crédit Foncier Egyptien) y Asia (suscripción de obligaciones de los gobiernos turco, chino y japonés), pero a cambio de una menor atención a su mercado nacional y al desarrollo de una red de sucursales propia. Esta situación cambiaría a partir de 1918, cuando las sucursales de Banesto alcanzaron el número de 13, que se elevarían a 21 en 1920, 124 en 1925, 343 en 1930 y 362 en 1935. La entidad española había iniciado decididamente el camino para convertirse en un gran banco de depósitos, en uno de los primeros del país.
Las circunstancias de la Gran Guerra habían sido determinantes en esto, pues con la depreciación del franco se había abierto la puerta al pago de las exportaciones españolas en activos denominados en pesetas y en oro, lo que impulsó la repatriación de un gran número de acciones de empresas españolas en manos de residentes en el exterior. Con ello, la presencia de accionistas franceses se redujo drásticamente, reforzando paralelamente la posición de los inversores y directivos españoles. Una consecuencia de ello fue el cierre de la sucursal de París para constituir en 1920 el nuevo Banque Française et Espagnole, donde participaban también el Banco Urquijo, el Vizcaya y el propio Paribas. La vida de esta entidad fue breve y sin especial brillo, liquidándose en 1928. Para entonces, la influencia y el número de los accionistas franceses se había reducido de tal forma que el año anterior los estatutos se habían modificado para suprimir el Comité de París, residuo prácticamente decorativo de un período ya finiquitado. La nueva senda de Banesto tras la Primera Guerra Mundial como entidad gestionada por y para los intereses de sus inversores españoles parecía simbolizarse en la inauguración por el rey Alfonso XIII de su nueva sede en la calle de Alcalá, esquina a la de Sevilla, el 6 de mayo de 1922.
De forma paralela a este proceso de nacionalización de la entidad, como su necesaria contraparte, se produjo su expansión territorial sobre la base de un aumento de los recursos propios, que se elevaron a 50 millones de pesetas en 1919. Con ello se abordó no sólo la apertura de nuevas sucursales, sino también la adquisición de otras entidades, como fueron el Banco Comercial de Valencia (1927), el Banco de Burgos (1928), el Banco de Oviedo (1920) o el Banco Gijonés de Crédito (1932), por citar algunos. Con esta nueva estructura ampliada para la captación de pasivo, su orientación como banco mixto se vio reforzada, dedicando crecientes recursos a la promoción de nuevas empresas.
En ello coincidió con el nacionalismo económico de corte estatalista que, iniciado en los primeros años del siglo XX, alcanzó un particular desarrollo durante la dictadura de Miguel Primo de Rivera (1923-1930) gracias a la iniciativa de su ministro de Hacienda, José Calvo Sotelo. Así cabe explicar la participación de Banesto en la constitución de la Compañía Arrendataria del Monopolio de Petróleos (CEPSA), pese a la animadversión del gobierno del dictador hacia los hombres de la alta dirección del banco, muy vinculados al régimen anterior. Tanto fue así que el ex presidente de la entidad, Manuel García Prieto, fue confinado por la dictadura en la isla de Fuerteventura en 1924 debido a un artículo con su firma aparecido en La Actualidad Financiera. Y si bien durante el período anterior el consejo de Banesto y el de ministros parecían haber trabajado en una muy estrecha sintonía, convergiendo en sus intereses, durante la dictadura primorriverista esta colaboración cesó bruscamente, reanudándose sólo tras la caída del dictador y en los primeros años de la Segunda República. Cuando en noviembre de 1932 falleció el presidente José Gómez-Acebo, Marqués de Cortina, una gran parte de sus proyectos de expansión y consolidación para el Banco Español de Crédito habíanse cumplido y la entidad se había situado entre los tres mayores bancos del país, excluyendo el de España: el tercero en recursos propios—siguiendo al Central e Hispano-Americano—el segundo en compensación bancaria, en beneficios y en recursos ajenos, siempre tras el Hispano. Esta capacidad para la captación de depósitos era la consecuencia de una decidida apuesta que tanto Gómez-Acebo como García Prieto habían formulado para tejer la gran red de sucursales en la que Banesto era en 1931 líder absoluto en el mercado bancario nacional: 399 sucursales contra las 143 del segundo posicionado, el Banco Hispano-Americano. El Español de Crédito se había posicionado sólidamente como un gran banco nacional, acompañado entre los “Cinco Grandes” por el Central, Hispano, Bilbao y Vizcaya.
Para saber más:
GARCÍA RUIZ, José Luis (2003): “La etapa francesa de un gran banco español: Banesto, 1902-1927”. Ponencia presentada al VIII Congreso de Historia Económica, Santiago de Compostela, 13-16 de septiembre.
GARCÍA RUIZ, José Luis (2007): “Nacionalizando el capital bancario: Banesto y Paribas (1902-1927)”, en Investigaciones de Historia Económica, 9, pp. 79-108.
TEDDE DE LORCA, Pedro (1974): “La banca privada española durante la Restauración (1874-1914)”, en TORTELLA CASARES, G. (dir.): La banca español en la Restauración, vol. I. Banco de España, Madrid, pp. 219-458.
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